Por Walter Calabrese
Proponer un camino para conocer las dificultades que atraviesa un adolescente que está terminando el secundario puede resultar una ardua tarea. El alumno que cursa el 5° año de la escuela media empieza a experimentar cambios en su manera de mirar la vida, pasa de actitudes de soberbia en donde creen saberlo todo a deambular con una sensación de vacío sin saber que le deparará el futuro.
En ese andar pendular, sus estados de ánimo cambian permanentemente, vuelan con sus sueños de libertad, explorando y caminando a veces por los abismos de las adicciones o caen en el pozo de la apatía, perdiendo todo interés en el presente.
A la crisis propia del crecimiento se le suma el fin de una etapa escolar que deriva en la entrada del mundo adulto del trabajo y la universidad. Y ese mundo, lo ven confuso, desdibujado incluso por las señales que le enviamos los adultos al decirles que estamos agobiados por el trabajo y que no tenemos tiempo para hacer lo que nos gustaría.
El adolescente que se va asomando al final de la escuela secundaria puede empezar a sentir un cierto temor a crecer y a asumir nuevas responsabilidades. A ello, se suman otros factores externos que inciden en su cosmovisión del mundo: la influencias de las redes sociales y la tecnología en el acceso a la información, los modelos de conducta juvenil que proponen los medios de comunicación a través de la publicidad y de productos de ficción, el fácil acceso a las drogas y, en particular, una paulatina pérdida de autoridad de la figura paterna y materna, que trae como consecuencia una seria dificultad para establecer límites.
Jorge Guiducci, Rector de una escuela secundaria, al referirse a las características que definen al adolescente de hoy, las nuclea en cuatro temas: “el problema de la identidad, la experiencia de la problemática social, la divergencia con los adultos y la relación con los medios de comunicación”. El autor considera que el adolescente padece cierta inseguridad para decidir su identidad, y lo relaciona con las dificultades propias de poder asumir y elaborar el pasado, los problemas para afirmarse en el presente y, además, congeniar la alegría de los sueños proyectados con la incertidumbre del futuro. En cuanto al tema social, hoy cada vez más se imponen nuevas presiones para ser parte de algún movimiento, de ocupar espacios en donde las miradas aprueben lo que hacen. Aquí, se busca alcanzar el sentido de pertenencia ante sus pares.
Cuando hablamos de los conflictos con los adultos, el listado es extenso, podríamos empezar con las diferencias que empiezan en el seno del hogar, con padres que trabajan muchas horas, los casos de familias ensambladas, la falta de consideración hacia los profesores, la creencia de que los padres son los que tienen toda la responsabilidad y el deber de su educación, la falta de referentes en la sociedad.
Por último, la relación de los jóvenes con los medios de comunicación se ha vuelto cada vez más vertiginosa, se vive frente a la pantalla y con ello la vida se convierte en una espiral virtual sin fin, se piensa y se convive digitalmente. Muchos terminan en una adicción a internet, pues pasan muchas horas “comunicándose” a través de las redes sociales.
El resultado de la combinación de todos esos factores va construyendo jóvenes egocéntricos, exhibicionistas, que queman etapas rápidamente y que pierden el interés en los valores que nos han permitido sobrevivir como sociedades ordenadas.
En el libro Claves para una Psicología del Desarrollo, María Cristina Griffa y José E. Moreno, señalan que el mundo actual no otorga con facilidad un lugar al joven para que vaya construyendo su identidad. “De modo, que la sensación de frustración, el fantasma del fracaso, la angustia y el miedo pesan aún más que la alegría por la vida”, aseguran los autores. Luego afirman que “la cultura contemporánea promueve más la despersonalización, la mimetización y el anonimato, que la apropiación de la identidad”. Es por ello que aparecen adolescentes que tienen un marcado temor a crecer y que en ocasiones está emparentado con la “búsqueda de su identidad enfrentando el complejo de muerte, así el joven recorre una o varias soluciones”:
· No puede asumir la crisis, la dificultad de crecer y regresa a comportamientos infantiles.
· Niega maníacamente sus aspectos infantiles y se impone conductas exteriores de adulto, e imita un rol que todavía no puede llenar.
· Se sobreidentifica con los héroes propuestos por la sociedad hasta el punto de perder su individualidad.
· Se enamora como tentativa de encuentro de la propia identidad.
· Se vuelve cruel o intolerante, o veces indiferente, como defensa ante la pérdida de su identidad.
· Irrumpen fantasías suicidas, reemplazando a la acción.
Griffa y Moreno concluyen diciendo que la adolescencia “es un período de tránsito, de migración, que implica abandonar aquellos objetos que hasta ese momento eran necesarios para abrirse a otros. De allí, que como proceso de separación implica pérdida y elaboración del duelo acompañado normalmente de fantasías suicidas”.
La psicoanalista Pilar Sordo en su libro No quiero crecer, habla de la importancia del autocuidado de lo emocional y físico de los jóvenes. Considera que “los adolescentes no comen bien, no duermen lo suficiente, creen que el alcohol puede desinhibirlos para poder conversar”, y que estas conductas desafiantes podrían traer problemas de salud en la adultez. A ello, la autora contrapone la idea de que los sueños deben ser el motor que nos empuje a mejorar y a buscar esa meta a lo largo de la vida. Sin duda, dejamos precisamente de ser jóvenes cuando abandonamos nuestros sueños y nos hundimos en las aguas de la resignación.
Muchos adolescentes no quieren crecer por temor a asumir las responsabilidades de la vida adulta, por inmadurez emocional, por traumas no resueltos, o porque no han desarrollado el hábito del esfuerzo cotidiano para cumplir con las obligaciones escolares.
Otro de los motivos que generan apatía y miedo a crecer es la exclusión social y escolar, la falta de recursos económicos muchas veces se traducen en limitaciones culturales que se convierten en lastimosas barreras para muchos adolescentes que sólo pueden ver el mundo pasar. Así, sin aspiraciones gana terreno la desmotivación, el aburrimiento, el desgano, ingredientes que combinados terminan derivando en la apatía.
El miedo a crecer frena a algunos adolescentes en un tiempo idealizado, y es por eso que repiten varias veces para no terminar la escuela secundaria. En otros casos, se produce por temores a abandonar las sensaciones placenteras que experimentaba en la niñez, en donde se presume cierta inmadurez emocional y conflictos en la relación con los padres.
El mejor camino para acercarse a nuestros hijos adolescentes es tender puentes de diálogo periódicamente para generar un clima de confianza familiar.Sólo así es posible prevenir y adelantarse a ciertos conflictos que hacen que los jóvenes se salgan de la carretera de sus sueños. Es absoluta responsabilidad de los padres saber cuáles son las aspiraciones y necesidades de sus hijos en cada etapa de la vida. La escuela puede favorecer ciertos procesos de aprendizaje, pero la atribución de formarlos en valores es de cada padre, eso es indelegable.
Bibliografía
Griffa, Moreno. Claves para una Psicología del desarrollo, Buenos Aires, Lugar Editorial, 2015.
Iparragirre, Silvia. Nuestros hijos, nuestros adolescentes, Buenos Aires, Grupo Editor Buenos Aires, 1980.
Sordo, Pilar. No quiero crecer, Santiago de Chile, Gripo Editorial Norma, 2009.
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