La educación inclusiva es una educación que asume la diversidad, donde todos los niños y niñas aprenden juntos bajo condiciones que les garantizan el desarrollo de las capacidades esenciales para su participación.
Por Walter Calabrese
Hay una realidad que no se puede soslayar ni esconder detrás de enormes proyectos, que pueden ser bienintencionados, pero que en el proceso de enseñanza-aprendizaje en el aula fallan en el intento de integrar a los niños y jóvenes con capacidades especiales. En las escuelas secundarias estatales, la mayoría de los docentes no ha tenido una formación específica en integración escolar, por lo que en el momento de estar en el aula no saben cómo manejar ciertas situaciones y menos aún trabajar para preparar una adaptación curricular y metodológica para esos alumnos con capacidades especiales.
La hora de la verdad en el tema de la inclusión se ve en el aula. Allí, todos los documentos y propuestas elaboradas quedan en el aire cuando el docente no sabe cómo relacionarse con los alumnos con capacidades especiales.
Por lo cual, podemos asegurar que en muchas escuelas existe un gran vacío e incertidumbre para encarar el proceso de integración de estos alumnos.
La educación inclusiva es “una educación que asume la diversidad, donde todos los niños y niñas aprenden juntos bajo condiciones que les garantizan el desarrollo de las capacidades esenciales para su participación e integración social, requisito fundamental para evitar la discriminación y asegurar la igualdad de oportunidades. Los principios que orientan las políticas educativas para niños, niñas y jóvenes con discapacidad son los mismos que para cualquier alumno: el derecho a la educación, participación e igualdad de oportunidades. Estos principios están consagrados en diversos tratados internacionales, particularmente en la Convención sobre los Derechos del Niño ratificada por Chile en 1990”.
Las nuevas políticas educativas deben abogar por el desarrollo de una educación inclusiva, esto implica superar los enfoques homogeneizadores de la enseñanza, asegurando verdaderamente el acceso a todos los alumnos, incluidos aquellos que presentan necesidades educativas especiales. El enfoque inclusivo reconoce y valora estas diferencias y las concibe como una fuente de enriquecimiento para el aprendizaje escolar. Para ello, es necesario ajustarse a la diversidad de necesidades de aprendizaje de los alumnos, es el factor clave para conseguir una enseñanza de calidad.
Sin embargo, su implementación no está libre de dificultades. Estas nuevas respuestas demandan transformaciones importantes en los criterios de admisión escolar, en las concepciones y prácticas pedagógicas pero, sobre todo, requiere del compromiso y la voluntad política del Estado, de la sociedad y del sistema educacional. Desde esta perspectiva, las escuelas deben desarrollar formas de enseñanza que respondan a la diversidad del alumnado, llevando a la práctica los principios de una educación para todos y con todos. El concepto de diversidad plantea que los alumnos tienen necesidades (1) educativas comunes e individuales, y dentro de las últimas, algunas pueden ser especiales.
La Educación Inclusiva requiere de la implementación de estrategias pedagógico – didácticas específicas para la atención en la diversidad del alumnado. Para ello,
hay que comprender que la diversidad es un valor que interpreta a las diferencias como posibilidad de enriquecimiento humano y social, y eso se logra respetando esas diferencias en el aula, generando espacios de enseñanza y aprendizaje cooperativo y colaborativos.
La idea de formar comunidad en la diversidad
Para que ese ideal de sociedad integradora se cumpla en las aulas es imprescindible que el rol del educador asuma nuevos compromisos de formación pedagógica. Entonces, desde los cimientos de una nueva formación integradora es posible que pueda ayudar, acompañar y guiar para que cada alumno ocupe su rol, vinculando los contenidos con la realidad que viven. Este proceso requiere de una adaptación que ponga como centro a la educación inclusiva como espacio para despertar capacidades. Y esa educación, para los cristianos, puede ser vivenciada desde la fe como complemento indispensable para formar ciudadanos con valores.
El educador comprometido es aquel que está al servicio del crecimiento personal y comunitario. Para ello, la escuela tiene que ser percibida y vivida como una institución que anima desde la fe para integrarse a la cultura y la vida. Cuando educo en valores evangelizo educando e inscribo en el alma de cada educando
el ejemplo de Cristo, el de vivir con vocación de servicio y respeto al prójimo. No debemos olvidar que
Jesús era llamado Maestro, y sus enseñanzas nos siguen iluminando cada día. Su ejemplo, su valor para servir al prójimo debe estimularnos a vivir en sintonía con el prójimo. El Padre Rafael Brown decía que “debemos armonizar lo diverso para convivir en paz”. Entender la diversidad es aceptarla y convivir en el día a día a la par, sabiendo que cada ser es único e irrepetible, porque somos creaturas de Dios, sus hijos amados, en quien no ve diferencia ni privilegio alguno.
La educación en la fe busca afianzar principios éticos y valores morales, para que prevalezca el respeto por el prójimo, la verdad, la solidaridad, la prudencia, la caridad.
Se procurará, entonces, que en la escuela se desarrollen los aspectos socioemocionales, físicos y cognitivos de los alumnos a través de una educación integral, inclusiva y multicultural.
Cuando se habla de políticas de inclusión y diversidad, hay que partir del momento de la verdad que se vive en el aula. De lo contario, estaremos remando en la arena sin saber cómo se llega al mar, y es aquí cuando se produce un gran desgaste de energía individual al no existir un proyecto integrador con una visión y una misión. Cuando el docente entra a un aula debe llevar consigo las herramientas pedagógicas concretas y realizables para construir un espacio de integración real. La educación inclusiva es “el intento de activar un lugar, aún en las condiciones más adversas donde la subjetivación sea posible”.
"Ahora el desafío es formular una escuela para todos. Todos los niños y jóvenes tienen el derecho a la educación. No que nuestros sistemas educativos tengan derecho a ciertos tipos de niños. Es el sistema escolar de un país el que debe adaptarse para responder a las necesidades de los niños". (Bengt Lindqvist, 1997)
Para definir el término inclusión observamos la que fue elaborada por el
Comité de Educación Especial de Nebraska: “ Inclusión es la oferta de servicios educativos para estudiantes con discapacidades en clases de educación general de la edad apropiada, bajo la supervisión directa de los maestros de educación general, con apoyo y asistencia de la educación especial y de acuerdo al proceso de planificación educativa individualizada ".
El objetivo de la inclusiva debe apuntar a cambiar en la escuelas sus currículos para que consideren la adaptación de los mismos para los casos en que sea necesario responder a las particularidades de algunos alumnos, comprometiendo a cada agente del proceso escolar a no permitir que nadie quede excluido por ningún motivo. “Una escuela que excluye las desigualdades incluye las diferencias”. Por ello, uno de los objetivos primordiales de una educación comprometida será el de ofrecer al alumno integrado alternativas para la constitución de vínculos, acompañándolo en el camino del proceso de interacción-inclusión del grupo escolar al que pertenece.
La inclusión de alumnos con discapacidad es un reto permanente para las escuelas comunes, en las que el desconocimiento, la falta de información precisa y el rechazo son los principales obstáculos. En los últimos años, en la Argentina aumentó la inclusión de chicos con discapacidades en el nivel primario. Los especialistas en el tema coinciden en que esta diversidad enriquece a todos los alumnos, pero su integración requiere de una mayor formación específica por parte de los docentes y directivos.
Otro de los aspectos a tener en cuenta para la inclusión escolar es cómo se viabilizan las comunicaciones dentro de la escuela. García Requena (2) considera que “las relaciones humanas deben establecerse dentro de un clima de auténtica libertad, favoreciendo la autonomía, la capacidad de elección, el autogobierno y el respeto a la libertad de las otras personas que nos rodean”. El autor, afirma que “la persona es, también, comunicación que se manifiesta saliendo de sí misma, comprendiendo posturas y conductas distintas de las propias”. Estos conceptos son útiles para construir una comunicación clara, conveniente y cordial que permita el diálogo y la integración de todos los alumnos.
No se puede pensar la educación sin comunicación. En este sentido, Rolando Martiñá (3), en su artículo
Qué decimos más allá de las palabras, considera que la escuela, como cualquier sistema social, sólo podrá crecer y fructificar cuando, entre otras cosas, sea capaz de pautar clara y conscientemente su comunicación (…) cuando pueda asumir que ninguna comunidad humana se construye sólidamente negando las diferencias, sino integrándolas y superándolas en función de las semejanzas”.
García Requena también considera que la comunicación es vital para comprender las interacciones que se dan dentro de la escuela, del cual resulta un ecosistema que marca el clima social del centro que define y limita el ámbito concreto de la acción y el ambiente general del establecimiento docente. Los conceptos de García Requena sirven para iluminar y dejar bien claro que la persona es el eje de las relaciones humanas. Concluirá afirmando que “las adecuadas relaciones humanas son el alma de las instituciones educativas, ellas proporcionan cohesión, dan un sello inconfundible, proporcionan moral de éxito a la Comunidad Escolar, dan satisfacción a cada uno de los miembros de ésta y son el soporte sobre el que se asienta la actividad académica”.
De ello, es fácil inferir que en una institución donde no se valoren los vínculos, la comunicación y la inclusión, se habrá perdido buena parte de su identidad y esencia como establecimiento educativo.
El camino de la inclusión en Argentina
Desde el año 2008, a través de la sanción de la ley 26.378, la Argentina reconoce el derecho de los niños, adolescentes y adultos con alguna o varias discapacidades a una educación inclusiva en todos los niveles. Como consecuencia, entre el 2007 y 2010, la inclusión se incrementó un 47% en las escuelas comunes, según la
Dirección Nacional de Información y Evaluación de la Calidad Educativa (DINIECE). No obstante, en el nivel secundario solo el 15% de los jóvenes con capacidades especiales concurren a un colegio común, y las puertas, lamentablemente, siguen cerrándose para muchos alumnos.
Ricardo Berridi, médico pediatra especialista en discapacidad de la
Sociedad Argentina de Pediatría, afirma: "¿Cómo hacemos una sociedad inclusiva si no tenemos inclusión escolar? En una situación ideal cualquier chico con discapacidad podría ir a una escuela común. No es éste el que se tiene que adaptar, sino la sociedad es la que tiene que hacerlo".
El camino puede parecer complejo, pero con la incorporación de docentes y directivos preparados para la inclusión escolar podremos abrir las puertas para el desarrollo de un trabajo interdisciplinario orientado específicamente hacia el cumplimiento de la consigna integradora en la escuela. Para ello, además, resulta fundamental que se encaren reformas edilicias, como la adaptación de las instalaciones, y una profunda capacitación docente, para que el trabajo en conjunto de las maestras comunes y especiales pueda coordinarse desde dicho departamento. Lo queda claro en este terreno, es que resulta clave tener la voluntad política de hacerlo realidad. Aquí, el Estado debe jugar un papel determinante para configurar políticas educativas inclusivas que trasciendan los documentos y se vean plasmadas en la realidad de cada aula.
La atención a la diversidad implica un cambio profundo en la cultura escolar, que se caracteriza por ofrecer respuestas educativas homogéneas a alumnas y alumnos con distintas capacidades, intereses, motivaciones y estilos de aprendizaje. La escasa consideración de las diferencias en los procesos educativos es uno de los principales factores que genera dificultades de aprendizaje y participación, y se traduce en altos índices de repetición y abandono escolar.
Todo proceso de cambio implica resistencias e incertidumbres relacionadas con el temor a lo desconocido, pero también ofrece oportunidades de crecimiento y desarrollo personal y profesional, sentencia un informe de la
Unesco llamado Experiencias de Integración Educativa. Remarca, además, que las experiencias también nos enseñan que el cambio es más profundo y significativo cuando es asumido por toda la comunidad educativa y no sólo por algunos docentes de forma aislada.
El informe de la Unesco (4) reúne numerosos testimonios que revelan cómo la integración ha supuesto un proceso de innovación educativa que ha obligado a romper con las concepciones y prácticas que consideran que todos los niños y niñas son iguales y aprenden de la misma forma. Los docentes y especialistas han buscado diferentes estrategias para lograr que los alumnos con necesidades educativas especiales participen y aprendan lo máximo posible, lo cual ha sido beneficioso para el resto de los alumnos y ha enriquecido sus prácticas educativas.
La educación inclusiva supone la implementación de estrategias y recursos de apoyo que ayuden a las escuelas y a sus profesores a enfrentar con éxito los cambios que involucra esta práctica. Este documento nos muestra que las comunidades educativas que desarrollan su capacidad de asumir nuevos riesgos y de resolver creativamente los problemas que surgen de estas innovaciones logran condiciones favorables para el aprendizaje de todos sus integrantes, generando un ambiente de convivencia basado en valores de respeto y cooperación.
Educación inclusiva es un concepto más amplio que el de integración educativa, el cual se relaciona principalmente con la incorporación de niños y niñas con algún tipo de discapacidad al sistema regular. Una educación inclusiva implica que todos los niños de una determinada comunidad, incluyendo aquellos que presentan alguna discapacidad, aprendan juntos, independientemente de sus condiciones personales, sociales o culturales. Es un concepto que interpela en profundidad la naturaleza de la educación regular y de la escuela común.
El proceso de integración exige el compromiso de todos los docentes, directivos, EOE, y, en particular, del apoyo de los especialistas en educación especial, puesto que sus aportes son un requisito para equiparar las oportunidades de aprendizaje. También es de suma importancia el rol de la familia en la integración escolar.
Podemos concluir que educar en la diversidad beneficia y enriquece a todos los alumnos, pues aprenden a derribar las barreras de la indiferencia y del rechazo, al tiempo que entienden que todos pueden aprender de todos.
La respuesta de los institutos cristianos a la necesidad de una Educación inclusiva debe ser un indicio válido de que cumple con los valores cristianos, porque de ese modo pone a la persona como eje de las relaciones humanas, porque genera un clima de auténtica libertad y respeto, porque adopta un verdadero compromiso con valores humanos y sociales, porque se propone como una organización inteligente, abierta, integradora, cuidadosa de los vínculos.
“En la medida en que yo me sienta diferente, diverso, excepcional, capaz para unas cosas y discapacitado para otras, iré entendiendo y capacitándome para la educación inclusiva y para la sociedad de la diversidad…” (Moriña, 2004)
Bibliografía
(1) Cada escuela a un mundo http://portales.mineduc.cl/usuarios/edu.especial/doc/201305151255060.CADAESCUELAUNMUNDO.pdf
(2) García Requena, F. Primer extracto del cap. XI. (1997) “Organización escolar y gestión de centros educativos”, Málaga, Edic. Aljibe. Págs. 177/189
(3) Martiñá, Rolando. “Qué decimos más allá de las palabras”. Artículo revista la Obra, Revista de Educación, Año LX, N° 746, 5.7.81, Secretaría de Educación.
(4) “Inclusión de Niños con Discapacidad en la Escuela Regular”. Debate 8. HINENi, UNESCO y UNICEF – www.unicef.cl